martes, 1 de junio de 2010

Tantos Junios...


Junio.
Tan temido, pero a la vez tan deseado.
Recuerdo de niña, cuando llegaba Junio, el buen tiempo. Manga corta al cole, no había clase por las tardes, podía salir a jugar al parque, y lo mejor de todo, llegaba el verano. Tengamos en cuenta, que para una niña el verano significan VACACIONES.
Comer helados de chocolate, ir a bañarse al río, levantarse tarde, ver todos los dibujos que quería en la TV, jugar entre semana a la Game Boy (qué vicio con el Pokémon) y, en especial, poder acostarse tarde.
Acostarse tarde era formar parte de la Élite, te convertía en una especie de ser supremo. Pero me daba un poco de miedo pensar que estaba despierta a la hora en que las brujas salían a tomar el té y montar en escoba, los espíritus mecían suavemente las cortinas de la habitación, y todo tipo de seres se desperezaban y, arropados por la Luna llena, salían a realizar travesuras varias. Sí…la noche encarnaba ciertos peligros. Sobretodo para una niña con una imaginación desbordante.
Recuerdo las noches de Luna llena en la playa de Gandía. Pese a ir con mis padres, mis abuelos, o mis tíos, siempre me mantenía alerta, ojo avizor, por si alguna sombra inexplicable se acercaba a mí con intenciones, digámoslo así, feas.
Recuerdo una Luna naranja brillando sobre el mar. Su imagen me hizo estremecer. Les dije a mis tíos que me estaba empezando a salir una verruga muy fea y a cambiar la voz, les avisé de que en breve me transformaría en una bruja espeluznante (y posiblemente con tendencias caníbales). Mi tía me siguió el juego. Pero ella lo dramatizó más. Creo que esa noche no pude dormir.
Recuerdo las noches en la caravana de mis abuelos, en un pantano cercano a Ávila. Contarle a mi prima cuentos de miedo.
Sin embargo, unos ladrones desalmados, robaron la caravana de mis abuelos (algo que, por cierto, me resultó incomprensible “¿pero cómo la han hecho andar si no tenían las llaves?” a la vez que indignante: “Si quieren una caravana que se compren la suya” fueron mis palabras al enterarme de tan desafortunada noticia). Se acabó Gandía, se acabó el pantano, y las historias de miedo narradas bajo un manto de estrellas.

Durante la adolescencia, la llegada de Junio significaba las notas, clases de verano, e irme a mi pueblo con mi pandilla, tres meses, pasar todo el día por ahí, ir de excursión, de fiesta…
Pero sobre todo significaba volver a ver al chico que me gustaba. Que no sabía ni siquiera que yo existía, y que, como descubrí años más tarde, resultó ser bastante ególatra. Ay…pero cómo iban a decirme por aquel entonces nada negativo de ese chico si cuando pasaba por mi lado, la vida comenzaba a desarrollarse a cámara lenta, a mi alrededor flotaban corazoncitos y sonaba de fondo “It’s in his kiss”.

Junio es un mes que no sé muy bien cómo tomarme. Por un lado, se me hace eterno y agobiante; los temidos exámenes de fin de curso, la llegada de las notas, y, después de una ansiedad insoportable, la calma absoluta del fin de las clases.
Marea.
Ahora, la llegada de Junio supone más tiempo para mí, para dedicarme a mi novio, mis aficiones, para reflexionar. También buscar algún trabajo temporal que nunca llega. Más peleas en casa.
Más ganas de irme de la misma.
Más tiempo libre que finalmente me aburre y hace que desee que de nuevo llegue Septiembre, para así no tener tantas peleas, y poder estar agobiada con las clases de forma que no tenga tiempo que perder en cosas absurdas ni en reflexiones desquiciantes.

Soy un poco complicada.

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