miércoles, 29 de julio de 2015

Caminante




Hay caminos estupendos. Rutas pulcras, sin piedras ni baches, sin elevaciones en el terreno. Son senderos bien definidos con un cercado de madera a cada lado, amplios y bien iluminados por el Sol de la mañana. Te premiten ver el final, no tienen árboles que oculten la luz, ni vegetación a su alrededor.
Se supone que todos debemos escoger esa clase de caminos. Son los apropiados,  la opción aceptable. ¿A quién no le gustaría pasear por ellos? Fijo que encuentras compañía, pues suelen estar bastante transitados. Lo tienen todo.

A su lado el mío se queda en nada. 

Es un camino muy estrecho, que serpentea entre enormes y enigmáticos árboles. Está muy descuidado, las gruesas ramas y las piedras suelen hacerme tropezar.                                     En ocasiones desaparece durante varios metros, por lo que tengo que avanzar entre la espesura hasta que vuelvo a dar con él.                                                                           
Mi camino discurre entre la densa vegetación del bosque, donde no suele llegar más que una tenue luz. Por eso es un camino oscuro, ocasionalmente incluso da miedo. Como es tan estrechito, a veces también es solitario.
Otra peculiaridad de mi camino es que es imposible ver a dónde lleva. Solo puedo ver la parte de la ruta que está inmediatamente delante mía, el resto es un misterio que se oculta entre la niebla. Y es que mi camino, al no ser recto, me conduce por los lugares más extraños e inesperados, toma las direcciones menos apropiadas y a veces, incluso, discurre en espiral.

Pocas personas tomarían la ruta que yo escogí hace demasiado tiempo. Algunas veces me he visto tentada de volver a atrás, y adentrarme en el camino agradable, pulcro y perfecto que la mayoría suele transitar. En el pasado incluso llegué a probarlo durante un tiempo. La experiencia me arrebató la energía y la felicidad, y solo tras mucho esfuerzo logré regresar a mi camino pequeño en lo profundo del bosque.

El sendero que recorro no le gusta a los demás. Lo ven inadecuado. 

Pero es antiguo y sabio, y si prestas atención podrás detectar que te habla, es apenas un leve susurro  que contiene valiosas lecciones para quien sepa escuchar. Con el tiempo he aprendido a descifrar sus secretos.
Mi camino me pone a prueba, me hace caer pero siempre me da las herramientas para volver a ponerme en pie.                                                  
Como no hay una valla que lo delimite, cuando me canso de recorrerlo puedo abandonar temporalmente la senda para ir a nadar al río que pasa cerca de él. Si algún peligro me acecha, sus árboles se convierten en una fortaleza inexpugnable en la que me puedo refugiar.                                                             
Su oscuridad me ha enseñado que en las sombras no hay nada a lo que temer, y que los únicos monstruos que existen son los que se proyectan desde mi interior.                                                
En él he aprendido que andar en línea recta no es lo más deseable, que eso hipoteca el alma y la vuelve dócil. Gracias a mi sendero ahora soy capaz de andar también hacia lo más profundo de mi ser.
En los tramos solitarios me he descubierto a mí misma, aceptando el placer de mi propia compañía.

Y si alguna vez me pierdo, siempre puedo volver sobre mis pasos para empezar de nuevo. En mi camino no existe el fracaso, pues el éxito no es llegar al destino final, es el propio recorrido.

miércoles, 22 de julio de 2015

Ingrávida



Hay muchas cosas que ya no puedo recordar, pero no he olvidado tus ojos.  Tenías una mirada triste. No puedo afirmar  que siempre fuera así, estoy segura de que en algún momento hubo ilusión y felicidad. Pero a mí me tocó conocer la mirada de invierno. 

La gente no comprendía. La gente nunca comprende nada. Para el resto era demasiado fácil juzgarte, era más sencillo criticar y enjuiciar que ponerse en tus zapatos. Era más fácil hablar de arrogancia que de miedo, de egocentrismo que de soledad. 

No sé en qué momento decidiste que ya no valías la pena. No sé cuándo ni por qué aparecieron esos demonios, ni durante cuánto tiempo tuviste que enfrentarte a tu sombra.
Solo sé que te venció.
Te abrazó y decidió que ya nunca te soltaría. Eventualmente te dio alas, te regaló canciones de cuna y mentiras. Tomó el control y te prometió la eternidad, que ya no habría más lágrimas ni más miedo. Dolió como el tártaro…
  
Eras tan cándida, tan sensible y tan soñadora que sencillamente, la creíste. Sé que la odiabas, como no podías evitar odiarte a ti misma. Pero su veneno puede ser tan adictivo… Te lo quitó todo para después ir reponiéndolo poquito a poco, proporcionándote una felicidad tan falsa como efímera. 

Es inevitable preguntarse por qué. Por qué sufriste tanto. ¿Cuánto tiempo arrastraste la culpa, las sonrisas falsas, la ansiedad? ¿Cuántos años conviviste con ese secreto tan horrible? ¿Cuándo comenzó tu caída? 

Mirando hacia atrás, atando cabos, no puedo evitar preguntarme si en algún momento yo podría haber hecho algo. Si en algún momento hubo esperanza para ti. En aquella época estaba realizando mi propio descenso, enfretando a mis propios diablos. Quizá en alguno de mis momentos de lucidez podría haber visto qué se ocultaba tras esa mirada ausente.

Ahora es evidente que pediste ayuda a gritos.Que necesitabas muchas menos preguntas y más abrazos. No tenían ningún derecho a juzgar lo que llegastes a hacer para sentirte amada, no hubo otra opción para escapar brevemente de la sombra que te gritaba que no merecías el cariño de nadie.  

Nunca, ni por un instante, he pensado que fueras débil. Tenías el alma rota en pedacitos, y estoy segura de que intentaste recomponerla poco a poco en incontables ocasiones. Pero tú sola no podías hacerlo… y los que estábamos a tu alrededor no supimos ayudarte.

Y ganó. Terminó por romperte del todo, te destrozó desde dentro, física y emocionalmente.  Le diste cuanto pidió, cuanto exigió de ti…pero nunca estaba satisfecha. Llegó hasta el final, se propuso hacerte etérea…y lo consiguió. 

Querías ser libre, pero la forma en la que obtuviste esa libertad fue tan cruel, tan injusta, que a las personas que te querían ni si quiera nos queda el consuelo de que por fin puedes descansar. No te marchaste en paz.

Solo te queda expandir tu alas…y volar.

martes, 11 de febrero de 2014

Leyendo Hasta el Amanecer

Como sabéis amo leer y escribir. Últimamente me he involucrado en varios proyecto relacionados con el mundo literario, y uno de ellos es Leyendo Hasta el Amanecer un canal de podcast literarios

Si os gusta la literatura, éste es vuestro podcast.
Todos los jueves subimos un nuevo programa a la web. En él podéis encontrar entrevistas, tertulia literaria, agenda cultural, un relato escrito por nosotros o por algún invitado y muchas sorpresas. Además, en nuestra sección Me sangran los ojos, el Castigador de la orcografía nos enseña a escribir correctamente....por la cuenta que nos trae. 
Aquí podéis escuchar una promo
También podéis visitar nuestra web o encontrarnos en  ivoox y iTunes


viernes, 30 de agosto de 2013

¿Y por qué lo haces?




El otro día, el niño y la niña a los que cuido, recibieron la visita de su prima. La niña estaba escribiendo un cuento, y se lo enseñó a esta amiga. Su reacción fue mostrarse intrigada y preguntar… ” ¿Y por qué lo haces?”
Aquella pregunta hizo que algo se removiera en mi interior, con una violencia prodigiosa.

Comencé a crear cuentos e historias siendo muy pequeña, antes incluso de aprender a escribir. Aún debo tener en casa de mis padres esos dibujos que hacía, secuencias de imágenes que contaban un relato, sin letras. Sólo dibujos. Aparentemente, no tenían ningún sentido, pero yo era perfectamente capaz de explicar todo el relato y qué sucedía en cada viñeta. Para mí, escribir, era algo natural, algo que me definía. Me ponía a ello sin un motivo aparente, sin una finalidad concreta.  Ni si quiera le enseñaba a los demás lo que creaba, guardaba todos mis cuentos, mis poesías, mis historias, como un tesoro. Escribía para mí. Un folio, un bolígrafo y yo.
“¿Por qué lo haces?” Jamás me he preguntado nada semejante. ¿Por qué escribo? Para buscar reconocimiento desde luego que no, nunca le he enseñado a nadie ninguna de mis creaciones. A veces me planteo si de verdad quiero publicar o no. ¿Para entretenerme? ¿Por vocación? ¿Porque soy rara?

Si me paro a pensarlo, realmente los motivos han ido variando según la etapa de mi vida en la que me encontrase.
Siempre fui una niña con mucha imaginación. Vivía (y creo que aún lo sigo haciendo) en una nube, nunca tuve los pies en el suelo. Necesitaba plasmar todo lo que tenía en la cabeza, necesitaba ponerlo por escrito porque así me demostraba que todo era real. Si escribía, esos mundos maravillosos jamás morirían, no se esfumarían un buen día. Debí de ser una niña rara, pero tenía miedo a despertarme un buen día y descubrir que sólo había estado soñando. No sé de dónde saqué esa idea, pero muchas veces pensaba que “cuando fuera mayor” me dedicaría a otras cosas y olvidaría todos esos mundos extraordinarios.
Agridulce es una palabra que podría definir mi infancia. Hubo muchas cosas buenas, pero también mucha inseguridad, y, sobre todo, mucho miedo. Escribir me ayudó a crear una burbuja a mi alrededor, un lugar donde nadie me hiciera daño.

Metida en esa burbuja me planté en la adolescencia. Una época confusa, de rebeldía, de inseguridad. Como la de todos los adolescentes.
Si mi infancia fue agridulce, mi adolescencia fue oscura. No la añoro, no querría volver a ella. Una época que me ha hecho crecer y aprender mucho, eso desde luego. Pero el miedo que sentía en mi niñez se convirtió en pánico. Ahora puedo entender muchas cosas que sucedieron, y para qué. Pero entonces era diferente, era como estar en el laberinto de Alicia.
Fue la época más jodida y también la más creativa. Escribía a diario, a todas horas, en todas partes.  Incluso cuando estaba en clase: fingía tomar apuntes cuando en realidad estaba escribiendo cualquier historia.
Las palabras se convirtieron en mi escudo contra el mundo que me rodeaba. Inventé un refugio, un lugar que era solo mío. Yo estaba amargada, triste, asustada, furiosa y deprimida, unas veces por épocas, otras todo al mismo tiempo. Escribir me ayudaba a canalizar todas esas emociones.  Aquello que era incapaz de confesar a viva voz, lo hacía mediante relatos. La tinta de los bolígrafos era, en realidad, mis lágrimas.
 Me aislé hasta tal punto del mundo físico que a veces dudaba de si estaba viva o no. Un profesor llegó a decir de mí  “Es como un fantasma”.
Admito que por aquel entonces escribir fue mi vacuna contra la locura, el único remedio que encontré para evitar que mi alma se rompiera del todo.
Mi existencia se limitaba a leer, escribir y escuchar música. Puede parecer algo muy artístico, o bohemio, o como queráis verlo. Pero no es sano, y no se lo recomiendo a nadie. Podía imaginar muchas experiencias con los libros que leía y los relatos que escribía…pero no vivía.
Si vivir únicamente en el mundo físico, sin una pizca de imaginación, sin abstraernos de vez en cuando es fatal para nuestro ser, igual de nocivo es dejar de lado la realidad.
Una de las grandes lecciones que me dio aquella época es que debemos tener un pie en cada lado, uno en el mundo real, otro en el de los sueños. Y nunca dejar que la balanza se descompense.

Actualmente escribo porque disfruto mucho con ello. Me ayuda a no abandonar del todo el mundo de los sueños.  Dedico mucho tiempo al exterior, a la convivencia con mi pareja, a mis amigos, al trabajo (las rachas en que lo tengo), etc.  y escribir es el hueco del día que reservo para mí misma. Es una forma extraña de conocerse, pero me comunico con mi alma a través de mis novelas.
Quizás por eso no me gusta que nadie lea lo que escribo, porque hay mucho de mí en ellas. Porque vuelco mi corazón en cada página. Y temo que, aunque sean relatos ficticios, con personajes que no tengan que ver con mi realidad o mi entorno, alguien sea capaz de desvelar los secretos que se esconden en cada palabra.
No sé si puedo llamarme escritora. ¿Escritor es aquel que publica y se dedica profesionalmente a ello, o es simplemente alguien que “escribe”? No sé si soy buena, ni tampoco me importa. Sólo sé que me relaja, me hace feliz y me ayuda a descubrir mucho sobre mí misma. Que es algo que me define.
Y para mí, con eso es suficiente.




viernes, 9 de agosto de 2013

El trabajo perfecto

Este mes estoy cuidando a dos niños, un chico de 8 años y a su hermana de 11.
Hablando con el pequeño sobre nuestras aficiones y lo que nos gusta hacer en los ratos libres, le cuento que desde pequeña me gusta mucho leer y escribir. Que de niña me entretenía mucho escribiendo cuentos.
Y entonces, con mucha solemnidad, me dice:
"¡Entonces ya sé cual es el mejor trabajo que tú puedes hacer! ¡Tienes que poner una librería!"
 Pura lógica infantil.



domingo, 26 de mayo de 2013

Contigo

Hoy no me apetece ser valiente.
Hoy quiero llorar.
En días como éste, en que me siento tan pequeña, no quiero independencia, no quiero ser madura, ni me apetece enfrentarme a nada.
Sólo me apeteces tú. Y sentirme entre tus brazos, acunada, arropada.
Hoy quiero dejarme llevar, quiero estar a tu lado, que me mires a los ojos y me llames "pequeña".
Hoy la mujer se ha transformado en chiquilla,dolida, que, solo por un día, no quiere enfrentar sola el dolor, que no quiere ser rebelde.
Quiero tus besos y tus abrazos, tus caricias y palabras dulces.
Gracias por aguantar a la mujer independiente, gracias por consolar a la niña asustada.
Por estar ahí, ahora y siempre.
Te quiero.

domingo, 13 de mayo de 2012

Y un año después, volvimos a las calles





Si jo l'estiro fort per aquí
i tu l'estires fort per allà,
segur que tomba, tomba, tomba,
i ens podrem alliberar.