miércoles, 22 de julio de 2015

Ingrávida



Hay muchas cosas que ya no puedo recordar, pero no he olvidado tus ojos.  Tenías una mirada triste. No puedo afirmar  que siempre fuera así, estoy segura de que en algún momento hubo ilusión y felicidad. Pero a mí me tocó conocer la mirada de invierno. 

La gente no comprendía. La gente nunca comprende nada. Para el resto era demasiado fácil juzgarte, era más sencillo criticar y enjuiciar que ponerse en tus zapatos. Era más fácil hablar de arrogancia que de miedo, de egocentrismo que de soledad. 

No sé en qué momento decidiste que ya no valías la pena. No sé cuándo ni por qué aparecieron esos demonios, ni durante cuánto tiempo tuviste que enfrentarte a tu sombra.
Solo sé que te venció.
Te abrazó y decidió que ya nunca te soltaría. Eventualmente te dio alas, te regaló canciones de cuna y mentiras. Tomó el control y te prometió la eternidad, que ya no habría más lágrimas ni más miedo. Dolió como el tártaro…
  
Eras tan cándida, tan sensible y tan soñadora que sencillamente, la creíste. Sé que la odiabas, como no podías evitar odiarte a ti misma. Pero su veneno puede ser tan adictivo… Te lo quitó todo para después ir reponiéndolo poquito a poco, proporcionándote una felicidad tan falsa como efímera. 

Es inevitable preguntarse por qué. Por qué sufriste tanto. ¿Cuánto tiempo arrastraste la culpa, las sonrisas falsas, la ansiedad? ¿Cuántos años conviviste con ese secreto tan horrible? ¿Cuándo comenzó tu caída? 

Mirando hacia atrás, atando cabos, no puedo evitar preguntarme si en algún momento yo podría haber hecho algo. Si en algún momento hubo esperanza para ti. En aquella época estaba realizando mi propio descenso, enfretando a mis propios diablos. Quizá en alguno de mis momentos de lucidez podría haber visto qué se ocultaba tras esa mirada ausente.

Ahora es evidente que pediste ayuda a gritos.Que necesitabas muchas menos preguntas y más abrazos. No tenían ningún derecho a juzgar lo que llegastes a hacer para sentirte amada, no hubo otra opción para escapar brevemente de la sombra que te gritaba que no merecías el cariño de nadie.  

Nunca, ni por un instante, he pensado que fueras débil. Tenías el alma rota en pedacitos, y estoy segura de que intentaste recomponerla poco a poco en incontables ocasiones. Pero tú sola no podías hacerlo… y los que estábamos a tu alrededor no supimos ayudarte.

Y ganó. Terminó por romperte del todo, te destrozó desde dentro, física y emocionalmente.  Le diste cuanto pidió, cuanto exigió de ti…pero nunca estaba satisfecha. Llegó hasta el final, se propuso hacerte etérea…y lo consiguió. 

Querías ser libre, pero la forma en la que obtuviste esa libertad fue tan cruel, tan injusta, que a las personas que te querían ni si quiera nos queda el consuelo de que por fin puedes descansar. No te marchaste en paz.

Solo te queda expandir tu alas…y volar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario