Hay caminos estupendos. Rutas pulcras, sin piedras ni baches, sin elevaciones en el terreno. Son senderos bien definidos con un cercado de madera a cada lado, amplios y bien iluminados por el Sol de la mañana. Te premiten ver el final, no tienen árboles que oculten la luz, ni vegetación a su alrededor.
Se supone que todos debemos escoger esa clase de caminos. Son los apropiados, la opción aceptable. ¿A quién no le gustaría pasear por ellos? Fijo que encuentras compañía, pues suelen estar bastante transitados. Lo tienen todo.
A su lado el mío se queda en nada.
Es un camino muy estrecho, que serpentea entre enormes y enigmáticos
árboles. Está muy descuidado, las gruesas ramas y las piedras suelen hacerme tropezar. En
ocasiones desaparece durante varios metros, por lo que tengo que avanzar entre
la espesura hasta que vuelvo a dar con él.
Mi
camino discurre entre la densa vegetación del bosque, donde no suele llegar más
que una tenue luz. Por eso es un camino oscuro, ocasionalmente incluso da
miedo. Como es tan estrechito, a veces
también es solitario.
Otra peculiaridad de mi camino es que
es imposible ver a dónde lleva. Solo puedo ver la parte de la ruta que está
inmediatamente delante mía, el resto es un misterio que se oculta entre la
niebla. Y es que mi camino, al no ser recto, me conduce por los lugares más
extraños e inesperados, toma las direcciones menos apropiadas y a veces,
incluso, discurre en espiral.
Pocas personas tomarían la ruta que yo escogí hace demasiado
tiempo. Algunas veces me he visto tentada de volver a atrás, y adentrarme en el
camino agradable, pulcro y perfecto que la mayoría suele transitar. En el
pasado incluso llegué a probarlo durante un tiempo. La experiencia me arrebató
la energía y la felicidad, y solo tras mucho esfuerzo logré regresar a mi
camino pequeño en lo profundo del bosque.
El sendero que recorro no le gusta a los demás. Lo ven inadecuado.
Pero es antiguo y sabio, y si prestas atención podrás
detectar que te habla, es apenas un leve susurro que contiene valiosas lecciones para quien
sepa escuchar. Con el tiempo he aprendido a descifrar sus secretos.
Mi camino me pone a prueba, me hace caer pero siempre me da las
herramientas para volver a ponerme en pie.
Como no hay una valla que lo delimite, cuando me canso de recorrerlo puedo abandonar temporalmente la senda para ir a nadar al río que pasa cerca de él. Si algún peligro me acecha, sus árboles se convierten en una fortaleza inexpugnable en la que me puedo refugiar.
Como no hay una valla que lo delimite, cuando me canso de recorrerlo puedo abandonar temporalmente la senda para ir a nadar al río que pasa cerca de él. Si algún peligro me acecha, sus árboles se convierten en una fortaleza inexpugnable en la que me puedo refugiar.
Su
oscuridad me ha enseñado que en las sombras no hay nada a lo que temer, y que
los únicos monstruos que existen son los que se proyectan desde mi interior.
En
él he aprendido que andar en línea recta no es lo más deseable, que eso hipoteca
el alma y la vuelve dócil. Gracias a mi sendero ahora soy capaz de andar también
hacia lo más profundo de mi ser.
En los
tramos solitarios me he descubierto a mí misma, aceptando el placer de mi
propia compañía.
Y si alguna vez me pierdo, siempre puedo volver sobre mis
pasos para empezar de nuevo. En mi camino no existe el fracaso, pues el éxito no
es llegar al destino final, es el propio recorrido.
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